'La sustancia': quizá envejecer no esté tan mal.




No es ningún misterio que cualquier industria audiovisual vive por y para satisfacer una serie de patrones de consumo que nuestros sentidos establecen, y éstos a su vez guían nuestros juicios basándose en multitud de conexiones neuronales que tienen lugar en nuestras malsanas cabezas. Tampoco sería un secreto decir que el cine, la televisión, o incluso la moda se aprovechan y exprimen al máximo nuestro subconsciente para hacernos creer que actuamos bajo un supuesto libre albedrío. Todo esto funciona de forma tan mecanizada que fluye a diario en ámbitos impensables, pero uno de los más difíciles de tratar es el de el amor propio.
 
Como partes intrínsecas del comportamiento social humano, somos víctimas y culpables al mismo tiempo. Está en nuestro lenguaje más sutil, en nuestras preferencias, en nuestros juicios de valor más arraigados. Nos disgusta la forma en que empezamos a notar ligeros surcos en nuestra cara, menor densidad de cabello, o una piel más flácida. Te miras en el espejo y comienzas a detectar imperfecciones donde antes ni siquiera mirabas con atención, las preocupaciones parecen no tener fin, y tampoco un efecto alentador, sino al contrario. Si las circunstancias lo agravan, puede que incluso sientas un odio visceral ante tu mera imagen. Buscas un atisbo de esperanza en el pasado, en una posible transformación. Resulta casi imposible sentirte bien con tu imagen y cómo el paso del tiempo te afecta.
 
En el caso de Demi Moore la industria del cine, el Hollywood de los años noventa y el propio público han tenido un papel crucial en transmitirle que su valor era pasajero y banal. Tres películas marcaron su fama en aquella década: 'Ghost' (Jerry Zucker, 1990), 'Striptease' (Andrew Bergman, 1996) y 'La teniente O'Neil' (Ridley Scott, 1997). De fantasía romántica a mujer militar no por ello menos femenina, pasando por actriz sexualizada. En su palmarés de galardones posee el dudoso honor de haber recibido nueve nominaciones a los Razzie Award, ganando en cuatro ocasiones. Su trabajo nunca ha sido particularmente reconocido por la crítica, por lo que tener algunos éxitos de taquilla hace décadas es todo lo que la mayoría de la industria ve en su historial.
 
Cuando Coralie Fargeat, directora y escritora, tanteó actrices para el papel de Elisabeth Sparkle, ya tenía en mente que debía ser alguien que hubiera pertenecido al star system de antaño, pero no podía imaginar que Demi Moore estuviera encantada con el guión y decidiera embarcarse en una locura de semejante envergadura. Y es que, a primera vista, 'La sustancia' es sin duda una idea demente. Elisabeth es un personaje que lleva al extremo cómo el paso del tiempo erosiona la fama, la propia película comienza con su estrella en el paseo de la fama de Hollywood pasando de ser el fenómeno del momento a un lugar olvidado. Hay que recalcar que Demi Moore no tiene aún dicha estrella, a pesar de que otras actrices con bagajes similares pero más jóvenes, como Cameron Diaz o Salma Hayek, sí lo tienen; es por detalles como este que el papel hace crecer a la intérprete, es un espejo deformado que expande aún más la frustración de los aspectos negativos de su carrera.



Un maravillosamente horrible Dennis Quaid, acogiendo un trabajo que iba a ser para Ray Liotta antes de su fallecimiento, juega un rol crucial en aglutinar esa psicosis social en la que el cuerpo y la apariencia dicta nuestra forma de ver a los seres humanos. De este conflicto y la sustancia que da nombre a la película, nace el personaje de Sue, interpretado por Margaret Qualley. Aquí comienzan las referencias ya manidas a lo largo y ancho de internet hacia El retrato de Dorian Gray, el clásico de Oscar Wilde. No en vano, incluso hay un retrato gigantesco de Elisabeth presidiendo su apartamento y canalizando su atención continuamente. Aunque esta forma de trasladar la idea eternamente relevante del autor irlandés, Coralie Fargeat es una cineasta que se nutre de clásicos del séptimo arte y les hace honor. Hay influencias de 'Videodrome', de Cronenberg, o de Brian Yuzna y su forma de ver el horror en cintas como 'Society', pero sobre todo me gustaría resaltar la necesariamente presente 'El hombre elefante', de un David Lynch que nunca dejará de dotar a los nuevos cineastas de una visión existencial más allá de lo superficial.


No divaga ni titubea, Fargeat, a la hora de crear su propia identidad como cineasta. En 'La sustancia' hay mucho de sus trabajos previos, la cinta 'Revenge' y el cortometraje 'Reality+'. En el corto ya presenta la idea de vivir la mitad de nuestro tiempo de forma ideal, mientras que en su largometraje abrazaba sin miedo el horror que puede despertar la sociedad en su trato hacia las mujeres. La autora francesa trata de forma visceral los temas que le obsesionan, y en ésta, su segunda película, encuentra una identidad visual que será difícil de abandonar o cambiar. Durante la primera mitad del film juega con los silencios y los planos para contar todo lo que está por venir sin necesidad de decirlo mediante el guión. En la segunda parte es capaz de tejer una ambivalencia sin desentonar, lo que encaja perfectamente con el tema que desarrolla respecto a ser un 'todo' como personas. El climax y parte final son la rubrica que permite a 'La sustancia' sobresalir donde otras habrían sido complacientes y desdeñables.


Iba a comenzar este texto citando a Aristóteles y su teoría metafísica de la sustancia, pero repasando sus palabras a estas alturas de la vida uno encuentra sus ideas tan fáciles de resumir como “tú eres tu propia sustancia”. No es mi intención menospreciar la filosofía clásica, sino señalar que hay temas existenciales que nos llevan persiguiendo desde el inicio de nuestra consciencia individual y colectiva. No es fácil renovar las ideas clásicas y dotarlas de una nueva personalidad que sea capaz de llegar a las masas, a generaciones que siempre tienen más potencial de cambio, pero que por las propias limitaciones físicas tienen que empezar de cero a conocer nuestra realidad. Esto es uno de los logros de la película de Fargeat, y ya de por sí debería ser suficiente, pero sus méritos van mucho más allá, y son principalmente cinematográficos.


No hay sustancia sin forma, y Pierre-Olivier Persin es responsable del trabajo más horripilante y brillante que dota al film de identidad propia y materializa ese “Picasso de expectativas masculinas” que la directora quería representar mediante un maquillaje y unos efectos en su mayoría prácticos. El horror se siente mucho más cercano y temible cuando es algo que percibimos físicamente real, en lugar de digital, y eso se ha tenido en cuenta en todos los detalles que hacen viajar la cinta hacia el gore más desacomplejado. El trabajo estético queda enmarcado en la fotografía de Benjamin Kračun, quien dejó su marca en 'Beast' (Michael Pearce, 2017) galardonada con el Bafta al mejor debut británico en la dirección. Una de las principales bazas del largometraje de Fargeat es la identidad visual, y eso se consigue con un balance idóneo.


Demi Moore y Margaret Qualley son el alma de un film centrado en una idea concreta, que exprime casi a la perfección, y además consigue que Moore alcance un reconocimiento que se le había negado durante su larga carrera. Una apuesta arriesgada y una resolución como pocas obras del género pueden presumir.  




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